Cuando Fernando Guillén (Barcelona, 1932), fallecido hoy en Madrid a los 80 años, se despidió en 2008 de los escenarios eligió una obra con la que se sentía hondamente identificado, El vals del adiós, de Louis Aragon, inspirada en la carta que el poeta francés había escrito en 1972 para despedir Les Lettres Françaoises, la publicación literaria que había dirigido desde 1953 y que se hundió al quedar fuera del paraguas protector del Partido Comunista, aparato con el que Aragon era cada vez más crítico. Jean-Louis Trintignant había llevado la obra a escena en París y Guillén lo hizo en España, país por cuya modernidad el actor luchó incansablemente desde la humilde atalaya del teatro, ese lugar que para actores como él fue el principio y el final de todo.
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