This disgusting feast of filth! ¡Este insufrible banquete de inmundicia!, así se podría traducir aquella frase, ya célebre, con la que Jack Tinker, crítico de teatro del Daily Mail, saludaba la obra primera de Sarah Kane, Blasted, que habría de convertirse en uno de los fenómenos teatrales de aquel año de 1995 y de toda la década, camino abierto hacia una dramaturgia nueva que ya afloraba en la obra magnífica de Andrea Dunbar, Rita, Sue and Bob Too, estrenada en el Royal Court en 1982 con dirección de Max Stafford-Clark, fundador de la compañía Out of Joint.
Kane, en su texto airado y rabioso, pero escrito con una técnica muy depurada, casi perfecta, muestra con aplomo y destreza la hipocresía en la que se había instalado la sociedad occidental en un momento en que en Europa prendía de nuevo una guerra alimentada con la indiferencia de los gobiernos y los balances comerciales de algunos importantes fabricantes de armas. En efecto, si las relaciones aberrantes entre un periodista con un pasado oscuro y un presente inundado de alcohol, y una joven que bien podría ser su propia hija, dan cuenta de la barbarie que atenaza la vida cotidiana, de la violencia extrema que ejercemos sobre el otro para satisfacer nuestros más delirantes deseos, la irrupción del soldado en la segunda parte es tanto un recurso dramático para intensificar esa idea central como una oportunidad de mostrar que todas las barbaries acaban por destruirnos a todas y a todos. Nadie está a salvo, ni nosotros, en nuestras cada vez menos confortables vidas.
Ese hombre predador y devorador que nos presenta Kane, y esa mujer predadora y devoradora que Caryl Churchill tan bien retrata en su obra Top Girls, sedientos de poder y riquezas, ansiosos por saciar sus ambiciones a cualquier precio, son quienes han copado en estos momentos las esferas del poder, llenándolas de inmundicia. Y si el baremo que el ministro Wert querría aplicar a los estudiantes para obtener una beca, nota media de 6.5, hubiese de aplicarse a la clase política, muchos de los habitantes de los altos barrizales del poder tendrían que volverse a sus casas, con lo cual al menos nos ahorraríamos ese espectáculo insufrible e inmundo que un día sí y al otro también inunda los plasmas, la página impresa de periódicos y tabloides, el mundo virtual, las ondas, las conversaciones, los monólogos del taxista… Don Ramón del Valle-Inclán ya no hablaría de esperpento, a buen seguro encontraría una palabra más precisa.
Tierra baldía para la inteligencia
Y ante tanto despropósito, quien subscribe, habitante de esta tierra baldía para la inteligencia, enorme “waste land” para el simple decoro, no puede dejar de pensar en un espectáculo entrevisto hace ya muchos años, aquel Ñaque (o de piojos y actores), que Pepe Sanchís Sinisterra presentaba con su Teatro Fronterizo allá por 1980, si la memoria me acompaña todavía. Tomaba nuestro dramaturgo su pretexto de aquel magnífico volumen que Agustín de Rojas Villandrando tituló El viaje entretenido, publicado en Barcelona en 1624, y en el que, como bien es sabido, ofrece una precisa panorámica de los modelos de compañía que por aquel entonces operaban en España. En 1562 el pintor flamenco Pieter Bruegel el Joven fechaba un cuadro titulado Feria con representación teatral, hoy en el Hermitage de San Petersburgo, que ofrece una imagen plástica de enorme valor para comprender los usos y costumbres de aquellas compañías, sus formas de trabajar y los procesos de expresión y recepción escénica.
Pues bien, en esos documentos históricos, y en otros muchos que cabría invocar, podemos tomar conciencia de la épica y de la grandeza de una profesión, la teatral, sin la cual buena parte de nuestra civilización y de nuestra cultura no habría sido. ¿Qué habría sido de Grecia, de Atenas y de la Magna Grecia, sin su teatro, ese espacio público y privilegiado de análisis, confrontación y deliberación en torno a los grandes asuntos de la república? ¿Qué hubiera sido de la literatura universal sin la obra todavía retadora de Esquilo, de Sófocles, de Eurípides? Y llegados a esta España por la que tantos lloran y se lamentan, ¿qué habría sido de Cervantes, de Calderón, de Lope, de Moreto, de Alarcón, y de tantos y tantos insignes vates que hicieron de nuestra lengua común la patria más hermosa (la de las letras), sin los cómicos, sin esas gentes sufridas y animosas que Fernando Fernán Gómez tan bien retrató en su inolvidable El viaje a ninguna parte, la misma obra que un tabloide amarillento situó entre las 100 mejores novelas en español del siglo XX?
En estos momentos de gravísima tribulación y ante el despropósito generalizado en que nos ha instalado una parte importante de la clase política, sólo interesada en el lucro y el poder (y en el sexo salvaje y a escondidas, por lo que se va viendo y sabiendo, para desdoro de la sacrosanta familia romana) tal vez la única opción que nos quede para poner un poco de orden, concierto y rumbo en esta nave a la deriva, radique en proponer que los asuntos todos de la república sean cosa de la que se ocupen aquellos que detentan dos cualidades importantes: su conocimiento y su capacidad de emprender. Conocimiento como el que pueden aportar tantas y tantas personas que han dado muestras de su compromiso social y comunitario, como todos esos investigadores y científicos que dedican su vida entera al servicio común, inventando artilugios que solucionan todo tipo de problemas, promoviendo patentes, proponiendo soluciones para enfermedades todavía incurables. Todo ese capital humano que escapa de este país gobernado por mediocres, falsarios y corruptos. Sólo una clase cateta y obtusa, como la que nos gobierna, puede sentir tal desprecio por el conocimiento y la ciencia.
Emprendimiento como el que han mostrado las gentes del teatro, de la danza, de la cultura toda (también del cine), manteniendo vivos oficios, saberes y prácticas artísticas a pesar de todas las circunstancias que siglo a siglo impidieron su desarrollo, pues en España el arte y la creación cultural no han sido jamás alimento de poderosos y políticos, más bien todo lo contrario. Las gentes del teatro son, antes que cualquier otra cosa, emprendedores auténticos, pues día a día, mes a mes, año a año, buscan y rebuscan posibilidades para hacer y mostrar sus trabajos, para abrir caminos en un campo teatral que presenta enormes deficiencias si lo comparamos con el inglés, el alemán, el polaco… A pesar de que en España la convergencia con Europa es deficiente y deplorable en muchos ámbitos, especialmente en el campo de la música y las artes escénicas, los creadores escénicos siguen manteniendo con tesón su derecho, y su deber, a ejercer una profesión que, insisto, fue uno de los pilares del clima de excelencia cultural que vive España en el Siglo de Oro o durante la Segunda República. Mayor voluntad emprendedora, pese a la que está cayendo, imposible.
Sabios, en el sentido más noble de la palabra, y emprendedores, en el sentido de crear una riqueza que vaya mucho más allá de abultar la cuenta corriente, es lo que necesita España en estos momentos, y quienes nos gobiernan nada tienen ni de sabios ni de emprendedores, más bien lo contrario. Un número significativo de esos que denigran a los funcionarios o a los parados, por poner un ejemplo tópico, llevan toda su vida viviendo a cuenta del partido (que se nutre de lo que se nutre, como se va viendo y sabiendo) y del erario público, al no tener profesión ni conocida ni reconocida. Ellos y ellas son quienes han vivido muy por encima de sus posibilidades, sobre todo las intelectuales, de tan borricos que son.
Por eso creo que es preciso que vengan los cómicos, los becarios, las científicas, las bailarinas, los literatos, las cineastas, los pintores…, todas esas personas que, pese a todo, mantienen el pulso vivo de nuestra ciencia y de nuestra cultura, de nuestras vidas cotidianas, con sus espectáculos, su música, sus películas, sus bailes, sus libros, sus inventos, sus estudios… Que vengan y que demuestren, a todas esas voces que denigran su trabajo, su profesión, su compromiso y su honestidad, y de una vez por todas, que la inmundicia de quienes nos gobiernan es la inmundicia generada por ese sistema infecto y corrupto que ellos alimentan y les protege, una Bastilla pútrida.
Que vengan pues los cómicos, con sus historias sobre esta peste que padecemos, sobre las plagas que habitamos, para despertar de este sueño de insoportable indolencia.
M. F. Vieites
Revista ADE-Teatro nº 149
Diciembre 2013
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